Los propósitos de Dios en nuestra vida, siguen siendo de Dios, aunque en la tierra los  que manifestamos su cumplimiento y reflejemos su Gloria seamos nosotros.
Cuando Dios manda algo y nos dice que caminemos es como un embarazo. 
Hay un perfecto ejemplo del embarazo divino en la palabra, y este es la  inmaculada concepción de María. Nuestro Padre Celestial preño un vientre humano con su esperma celestial a través del Espíritu Santo de Dios. Nuestra amada María  (Madre de nuestro Señor y único mediador Jesucristo) guardo este secreto por  meses, saliendo de su casa a buscar la confirmación en el hogar de su prima  Elizabeth. Al María regresar, su compañero José quiso dejarla, pero nuestro Dios le  dijo “José, este embarazo es mío” haciendo que José acceda a servir de padre al  proyecto de Dios – Cristo en la tierra.
Cada ministerio, cada proyecto de Dios es un reflejo de este embarazo, el  cual inclusive fue sentenciado a muerte por Herodes (nuestro adversario, el  diablo).
Al ser embarazados de Dios, como María y José, debemos de ser prudentes,  guardando en silencio al bebe hasta que llegue el tiempo. Siendo guiados  exclusivamente por nuestro Dios, ya que como el bebe es de Él, ya un camino de salvación ha  sido preparado para este.
 
 
 
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